Cuenta la historia que hace mucho, pero
mucho tiempo vivían dos criaturas muy especiales: una cigüeña llamada Lorenzo y
una gallina llamada Fiona. Lorenzo era una cigüeña elegante, con plumas blancas
y largas patas. Fiona, por otro lado, era una gallina de color rojo brillante
con un copete llamativo en la cabeza.
Lorenzo era una
cigüeña tranquila y soñadora, a menudo pasaba horas observando el cielo y volando
alto. Por otro lado, Fiona, la gallina, era conocida por su fuerte carácter y
su orgullo. Aunque vivían en la misma granja, sus mundos parecían estar
separados por un abismo.
Al principio ninguno de los dos quería saber
del otro, pero el amor resultó ser más fuerte, y finalmente, decidieron
casarse."
En la granja se armó un terrible revuelo
porque cómo una especie de cigüeña iba a casarse nada más ni nada menos que con
una simple gallina.
” Las cigüeñas
tenemos una elegancia innata”, decían las viejas comedidas.
“Sí, Sí, es cierto, y,
además, traemos al mundo a los bebés'. dijo la otra exagerando.
Cómo una cigüeña iba a traer bebés al
mundo. Los niños, curiosos y sorprendidos, solían hacer preguntas sobre cómo
las cigüeñas hacían eso. Y eso, mis pequeños amigos, es otra historia
maravillosa que algún día aprenderán, sobre cómo las cigüeñas son parte de la
magia de traer nuevos bebés al mundo.
Pasaron los años y las ciguellinas fueron
cada vez más, hasta que formaron su propia comunidad dentro de la granja, llamándose a sí
mismas ciguellinas.
Eran muy celosas
de su espacio al que no dejaban ingresar a nadie.
Un día Lucy, la más piscueta de las
ciguellinas jóvenes, salió de su corral y se fue por ahí a conocer al resto de
los animales de la granja. A todos les contaba la historia de amor de sus
antepasados.
No va que llegó
al chiquero y uno de los cerditos más jóvenes se volvió loco cuando la vio y
pensó:
” Si su
tatarabuelo se casó con una gallina, yo podría conquistarla y casarme con ella”
Lo que él no sabía era que en el corral de
las ciguellinas la esperaba enamoradísimo Fito, su novio, que la amaba y la
admiraba por su belleza descomunal.
Ella era orgullosa y a veces le costaba
mucho a Fito complacerla. Semana tras semana, le hacía regalos sencillos pero
sinceros, ya que no tenían mucho dinero para lujos. A pesar de su actitud, ella
sabía en su corazón que Fito era el indicado para formar una familia, aunque no
siempre se lo demostraba y lo mantenía ocupado con sus caprichos.
Un día, Fito se cansó de tanta cháchara y
buscó refugio en otra ciguellina que sí lo apreciaba tal como era y sin
importarle su posición económica.
Cuando Lucy descubrió la relación entre
Fito y la otra ciguellina, se llenó de tristeza y rabia consigo misma por haber
sido tan orgullosa y soberbia.
Lucy comenzó a pensar en mil formas
diferentes de reconquistarlo, pero, aunque ella ocupaba un lugar especial en su
corazón, no le demostraba su amor mientras se paseaba de la mano con su nueva
amiga.
Un día, finalmente Lucy dió enfrentarse a
Fito y le expresó cuánto lo quería. Le prometió darle el amor y el valor que él
merecía si volvían a ser novios. Fito la abrazó y la besó dulcemente, y nunca
más se separaron.
“La
soberbia es mala consejera. Nos convierte en monstruos que alejan a los demás
de nuestro lado y saca lo peor de nosotros. Debemos valorar y demostrarles a
nuestros seres queridos cuánto los amamos y no creer que somos
imprescindibles.”
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